8 DE MARZO, DíA INTERNACIONAL DE LA MUJER TRABAJADORA



Como mujer y, además, trabajadora, felicito a todas mis congéneres y a mí misma en este día tan especial y que representa tantísimo.

Me entristece que esta lucha aún deba existir, pues se traduce a un machismo no erradicado todavía. Sin embargo, me enorgullece la existencia, en el pasado y en la actualidad, de personas (en su mayoría mujeres) tan valientes, capaces de sacrificarse por mejorar la situación de las futuras generaciones, a pesar de no llegar a disfrutar de los frutos de su lucha.

Hoy quiero compartir este relato corto basado en lo que considero un futuro utópico de igualdad. 
Creo que, a pesar de quedar un largo camino por recorrer y construir, LA IGUALDAD DE GÉNERO ES POSIBLE.

"L O   N O R M A L I Z A D O
S. P. Oliveira

Desde que la abuela se trasladó en el año 2112 a vivir con ellos, cada ocho de marzo la buena señora amanecía con el mismo aurea de radiante pundonor. Mientras Laura desayunaba antes de acudir a clases, la yaya Marina solía relatar la significancia de aquel proceso largo y arduo del feminismo desde su juventud hasta aquella época. Pero poco importaba cuántas veces la anciana repitiera su propia experiencia o la lucha de mujeres y hombres parar conseguir la igualdad, pues su nieta no alcanzaba a entenderla del todo. Y es que siempre es complicado comprender lo que nunca has experimentado.
Desde edad temprana, gracias a la abuela y a aprenderlo en el colegio, Laura conocía el origen del conmemorativo ocho de marzo. Hubo un tiempo en que se le llamó Día Internacional de la Mujer, hasta que el algún momento de la existencia, antes de su nacimiento, pero cuando la yaya ya era adulta, pasó a llamarse Día Internacional de la Igualdad de Género. ¿Por qué esa modificación? Existían miles de días internacionales de este y de aquello. Día Internacional de la Lucha Contra el Cáncer, Día Internacional de la Paz, Día Internacional de la Salud… incluso un Día Internacional de la Croqueta, por absurdo que pareciera, y la cuestión es que a ninguno de esos innumerables días internacionales se les había modificado el nombre.
La yaya Marina había narrado incontables veces las hazañas de ciertas personalidades de un pasado cuando la vida era muy distinta, más compleja y segregada. Sojourner Truth, Virginia Woolf, Marie Curie, Malala Yousafzai… Una larga lista de nombres cuya mayoría de rostros solo había visto en blanco y negro, y que a Laura bien le parecían de una época cercana al pleistoceno. Según reiteraba cada ocho de marzo la abuela, aquellas mujeres, y también muchos hombres, lucharon sin descanso por la equidad, alzando los derechos humanos por bandera y muriendo, en la gran mayoría de los casos, sin saber que su lucha fue un grano de arena más en esa enorme montaña con la igualdad por cumbre. Sus acciones, desde siglos antiguos hasta el actual, cambiaron la forma de ver el mundo. Hasta el punto de hacerlo irreconocible; un mundo nuevo.
Ni Laura ni su hermano, ni cualquier otro joven de su generación, pondrían en duda jamás las explicaciones de los profesores ni las vivencias contadas de épocas pasadas. No, no cuestionaron su veracidad, aunque a menudo sí pensaban en ellas como fantasías sacadas de cuentos de ciencia ficción, lejanos a la realidad.  ¿Cómo imaginar semejantes atrocidades y violaciones de derechos humanos?
Durante la mañana, en clase, los maestros y maestras también hicieron mención a los feministas de la historia y a sus adversidades. En una sociedad como la de 2117 resultaba impensable que pudieran haber existido en la vida real, que los seres humanos hubieran experimentado desigualdades sociales basadas en algo tan irrelevante como el género. ¿Una mujer considerada inferior a un hombre intelectualmente, incapaz de formar juicios sensatos? ¿Que no podían estudiar o votar? ¡Menuda idiotez sin sentido ni fundamento! A Laura le costaba creer que aquellas ideas tan inverosímiles hubiesen formado parte del día a día de las mujeres de antaño. ¿Quién sería tan paleto de pensar así? ¿Qué clase de ineptos incivilizados? Pero, en fin, le daba igual. El ocho de marzo de ese año 2117 era otro Día Internacional más del calendario. Lo que hicieran un montón de momias del pasado nada tenían que ver con su realidad. Estaban tan lejos, habían pasado tantos años, décadas y siglos que nada tenían que ver con ella. El mundo real era el suyo, el conocido desde su uso de razón… y en él los hombres y las mujeres son iguales en equidad.
Al terminar la jornada lectiva, volvió a casa. Y ahí seguía la yaya Marina, terminando de cocinar el almuerzo en el robot de cocina con su sonrisa del ocho de marzo tatuada en el rostro. Mientras, su hermano de preadolescente ponía la mesa. Mamá y papá no volvería de sus turnos en el hospital hasta la noche. Laura se sentó en el comedor y fue cuando la abuela preguntó a qué personaje feminista habían hecho mención en clase. La joven exhaló un suspiro de hastío.
–¿Por qué siempre estás con lo mismo, abuela? No entiendo por qué le das tanta importancia.
–¿Acaso crees que no la tiene? –inquirió incrédula la anciana.
–No sé por qué darle más importancia que a otro día.
–¡Qué atrevida es la ignorancia, Laurita! Este día es importante para ti, incluso para ti, Julián, y ni siquiera lo sabéis.
Los dos hermanos se miraron con mueca de pesadez, obviando la exageración de la abuela, gesto que no pasó inadvertido por ésta.
–Vuestra generación no aprecia su suerte por vivir en el mundo que construimos para vosotros… ¿Sabéis que el Día Internacional de la Igualdad de Género antes se llamaba Día Internacional de la Mujer Trabajadora?
–Sí, y nunca he comprendido por qué. ¿En qué fecha era el Día Internacional del Hombre Trabajador? –le preguntó su nieto con cierto tono fastidioso.
–Ese día no existía, ya te lo he dicho muchas veces.
–¡Pero qué injusto!
–¡No seas ignorante, Julián! Ya te he explicado muchas veces que a los hombres nunca les hizo falta luchar por sus derechos, por eso no necesitaron esa conmemoración. Las mujeres, en cambio, debían luchar constantemente. ¡No te haces una idea de lo que era el machismo!
Laura soltó un bufido.
–Mi amiga Mónica dice que su abuelo también le ha hablado alguna vez de eso, “machismo”… Cómo sois los viejos, ni siquiera os entendemos…
–¡Pues claro que no nos entendéis! ¿Y sabes por qué? Porque las generaciones precedentes lucharon precisamente para que no comprendierais siquiera lo que es, pero voy a tratar de explicarlo… –Marina se aclaró la garganta mientras servía los platos del almuerzo–. Aunque ahora os parezca increíble, en el pasado había machistas. Para estas personas, las mujeres eran prácticamente un cero a la izquierda. Las consideraban inferiores mental y físicamente. No podían decidir por sí mismas, ni sobre su futuro. No podían votar, no podían estudiar… Y, cuando por fin pudieron incorporarse al mundo laboral, sus condiciones eran un desastre. ¡Ay, mi pobre abuela, lo mal que lo pasó!
–¡Pero qué trogloditas que eran, entonces, en la época de tu abuela, yaya! ¡Qué tontería! –profirió Laura, sin creerlo del todo– Es como si yo me considerara superior a… Yo que sé… A mi hermano, por ejemplo, por el simple hecho de… No sé… Porque yo tengo los ojos verdes y él no. ¡Es absurdo! No tiene sentido.
Julián, sentado junto a su hermana, asintió en señal de aprobación. Sin intención, el comentario había provocado un sentimiento de satisfacción en la abuela. Sus nietos se mostraban tan escépticos con el machismo porque en esa sociedad actual nunca lo habían experimentado. Y continuó:
– Pues sí, es absurdo y no tiene sentido. Sin embargo, así era la vida hace muchísimos años, hasta que el feminismo consiguió desacreditar a todos los que creyeran en la desigualdad entre hombres y mujeres. ¿No os han hablado en el colegio del incendio en la fábrica de camisas de Nueva York hace dos siglos? –Ambos jóvenes se encogieron de hombros–. Resulta que el 8 de marzo de 1857, las trabajadoras de esta fábrica de textiles se manifestaron para protestar por las condiciones laborales tan deplorables que tenían. En esta misma fábrica, pocos años después, ciento veintitrés mujeres y veintitrés hombres murieron en un incendio del que no pudieron escapar debido a que los responsables de la fábrica habían cerrado todas las vías de salida “para evitar robos”. El hecho de que sus quejas no fueran escuchadas en su día les costó la vida. Este suceso hizo que la sociedad pensara en aquella manifestación que un día hicieron y la ONU proclamó el 8 de marzo como Día Internacional de la Mujer Trabajadora.
Los jóvenes escucharon la historia conmocionados.
–En clase alguna vez nos la han contado–confesó ella–, aunque nunca le había prestado atención… ¡Es horrible!
La yaya Marina asintió con la cabeza y siguió:
–Como os he dicho muchas veces, mi abuela lo pasó muy mal. Solía contarme situaciones de cuando ella trabajaba y siempre me resultaron difíciles de creer. Como ejemplo, ella y su marido trabajaban en la misma empresa en el mismo cargo. Sin embargo, mi abuelo tenía un salario mayor al suyo.
–Pero, yaya, ¿no sería quizás que tu abuela hacía peor su trabajo que tu abuelo? –cuestionó la adolescente.
–Pues resulta que mi propio abuelo defendía que su esposa era la que más curraba de los dos. Además, una vez nos contó una anécdota de cómo había oído a su jefe expresarle a mi abuela lo agradecida que ella debía de estarle por haberla sacado de la cocina para darle un puesto de trabajo, así que mejor que no se quejara.
–¿A qué se refería con “sacarla de la cocina”? –preguntó el muchacho.
–Se dice que antiguamente a las mujeres sólo se las creía útiles para mantener limpia la casa, cocinar y criar a sus hijos–los hermanos articularon un ademán de incredulidad–¡Ah, y para cuidar de sus maridos!
Los dos rieron a boca llena. Ninguno de los dos parecía comprender los sinsentidos de su abuela. Laura enarcó las cejas, incrédula. Julián, directamente, no podía encajar en su rubia cabezota aquellas ideas ridículas y consultó:
–¿Y después de escuchar esa bobada de la boca de su jefe no hizo nada?
–Pensó que la mejor respuesta para ese cromañón sería demostrar que ella tenía capacidad de realizar bien su trabajo sin ser hombre –el orgullo iluminó los ojos de Marina–. ¡Y tanto que lo demostró! Solo que el palurdo de su jefe jamás se lo reconoció.
Se hizo el silencio, un minuto en el que solo se escuchó el sonido de los cubiertos rozando los platos. Los jóvenes parecían sumergirse en sus pensamientos, analizando las palabras de su yaya.
–Entiendo vuestra incertidumbre… A mí también me costaba creerlo. ¡Yo nunca me he enfrentado a una situación así! –terminó por manifestar la anciana–. En mi juventud, la ONU decidió renombrar el día 8 de marzo por Día Internacional de la Igualdad de Género. ¿Sabéis por qué hicieron este cambio? –los hermanos, expectantes, fijaron toda su atención en Marina– Porque poco a poco, la gente comenzó a comprender, a abrir sus mentes, a progresar… Los machistas perecieron, quedaron atrás, olvidados… Después de muchos siglos de lucha y dolor, la desigualdad entre hombres y mujeres había desaparecido, por fin. Y decidieron que la mejor manera de hacer honor a la igualdad de género ya homogeneizada era, simplemente, celebrar esa igualdad… ¿Lo entendéis?
Ambos hermanos se miraron entre sí, como esperando a que el otro le concediera a la yaya el agrado de ser comprendida. Pero ninguno de los dos mostró parecía seguro de ello. Hasta que, finalmente, Laura declaró:
–No lo tengo muy claro, abuela. Creo que no lo entiendo…
Entonces, Marina sonrió. Porque la lucha del feminismo había alcanzado su propósito; las nuevas generaciones no sólo no sufrían desigualdad de género, sino que ni siquiera la entendían."


FELIZ DÍA INTERNACIONAL DE LA MUJER TRABAJADORA
¡Gracias por leerme! 😃


*Los nombres de los personajes de este relato son el de algunas de las muchas personas de mi entorno que apoyan la lucha feminista.*

Comentarios

Entradas populares